UN IDEAL PARA TODA LA VIDA

 

« … esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad: no es necesario abandonar el propio estado en el mundo, para buscar a Dios, si el Señor no da a un alma la vocación religiosa, ya que todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo.»

J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, 24-III-1930.

 

Si me lo permites, amigo mío, querría continuar reflexionando contigo sobre el mismo tema. Creo que ha llegado el momento de dar gracias humildemente a Dios: Laqueus contritus est, nos libeiati sumus, las ligaduras se han desatado y por fin somos libres, según las palabras del Salmista. Se han desatado las ligaduras de los prejuicios, de las ideas falsas, y estamos ahora convencidos de que la idea de la santidad tiene que abrirse paso en nuestra mente y en todas las mentes cristianas.

Hemos empezado el camino: la perla preciosa ha brillado ante nuestros ojos, las riquezas del tesoro escondido han alegrado nuestro corazón. Sin embargo, hermano mío, he conocido almas, muchas almas, que llegadas a este punto, por un motivo o por otro (las «razones» y las excusas nunca faltan), no supieron ir más adelante. Una experiencia dolorosa, ¿no es verdad? Pero fecunda. Almas que habían visto, pero que cerraron los ojos o se adormecieron; almas que habían empezado y no continuaron, que hubieran podido hacer mucho y no hicieron nada.

Hace falta, como ves, pasar de la idea a la convicción, y de la convicción a la decisión. Debemos convencernos muy profundamente de que la santidad es lo que el Señor nos pide antes de cualquier otra cosa. Porro unum est necessarium: Una sola cosa es necesaria. Que nunca te falte una fe solidísima en estas palabras divinas: la única derrota que se puede concebir en una vida cristiana -en tu vida- es la de demorarse en el camino que lleva a la santidad, la de desistir de apuntar a la meta. Hermano mío, la vida y el mundo carecerían de sentido si no fuese por Dios y por las almas. Esta vida nuestra no valdría la pena de vivirla si no estuviese iluminada en todo momento por una viva y amorosa búsqueda de Dios.

Escucha: Quid prodest homini si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma? ¿Para qué pensar en tantas cosas, si luego olvidamos la única que cuenta? ¿Qué importa resolver tantos problemas nuestros y de los demás, si luego no resolvemos el problema más importante? ¿Qué sentido tienen nuestros triunfos, nuestros éxitos -nuestro «subir»- en la vida, en la sociedad, en la profesión, si luego naufragamos en la ruta de la santidad, de la vida eterna? ¿Qué ganancias y qué negocios son los tuyos, si no te ganas el Paraíso y pierdes el negocio de tu santidad? ¿A qué miras con tu estudio y con tu ciencia, si luego ignoras el significado de la vida y te es desconocida la ciencia de Dios? ¿Qué son tus placeres, si te privan para siempre del placer de Dios? Si no buscas verdadera, ardientemente, la santidad, nada posees; si buscas la santidad lo posees todo: Quaerite primum regnum Dei et iustitiam eius et omnia adicíentur vobis! Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.

Medita, amigo mío, estas consideraciones y haz tú, por tu cuenta, otras muchas: consideraciones concretas y actuales para tu vida de ahora, para tu condición presente y para los peligros que amenazan tu alma; consideraciones que retuercen la profunda convicción que debes tener acerca de la santidad, porque ella es el único camino de felicidad temporal y eterna.

Dominus meus et Deus meus. ¡Señor mío y Dios mío! Toda la decisión y toda la firmeza de estas palabras del apóstol Tomás deberemos ponerla en nuestro empeño de buscar la santidad sobre cualquier otra cosa. Debes estar firmemente decidido a ser santo y a ir hacia delante a toda costa. ¡Qué ejemplo tan luminoso el de Santa Teresa de Jesús! Ir adelante por su camino desafiando el cansancio y la desconfianza y la debilidad y la muerte: «… aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera».

Y no olvides que lo que nos demora en nuestro camino no son las dificultades y los obstáculos que realmente se presentan: lo que nos demora es nuestra falta de decisión. Non quia impossibilia sunt non audemas, sed quia non audemus impossibilia sunt. No es que no nos atrevamos porque las cosas son imposibles, sino que las cosas son imposibles porque no nos atrevemos. La falta de decisión es el único verdadero obstáculo: una vez vencido, ya no hay otros, o, mejor, los superamos con gran facilidad. Que nuestro «sí» a Dios sea un «sí» decidido y que con su gracia, sea cada vez más audaz, total e indiscutido.

Decía Lacordaire que: «La elocuencia es hija de la pasión: dadme un hombre con una gran pasión -añadía- y os haré de él un orador.» Dadme un hombre decidido -podría decirte yo-, un hombre que sienta la pasión de la santidad y os daré un santo.

Que nadie nos supere en desear la santidad. Aprendamos, con la ayuda de Dios, a ser hombres de grandes deseos, a desear la santidad con todas las fuerzas de nuestra convicción y con todas las fibras de nuestro corazón: sicut cervus desiderat ad fontes aquarum, como el ciervo ansía las aguas de los frescos manantiales.

Sí tú, amigo, que lees estas líneas, eres joven, piensa en tu juventud, en esa juventud que es la hora de la generosidad: ¿qué uso haces de ella? ¿Sabes ser generoso? ¿Sabes hacerla fructificar en una eficaz y fecunda busca de la santidad? ¿Sabes enardecerte con estas ideas grandes… y convencerte… y decidirte?

Pero si dejaste atrás la juventud y te adentraste ya en la vida, no te preocupes, porque ésta es la hora de Dios para ti; para Él todas las horas son buenas, y a todas nos llama (en la de tercia, en la de sexta y en la de nona) para que nos convenzamos, para que nos decidamos y para que deseemos la santidad, como el mismo Jesús nos lo enseñó en la parábola de los obreros de la viña.

Todas las edades son buenas, y te repito que cualquiera que sea tu condición, tu situación actual y tu ambiente tienes que convencerte, que decidirte y que desear la santidad. De sobra sabes que la santidad no consiste en gracias extraordinarias de oración, ni en mortificaciones y penitencias insostenibles, y que ni siquiera es patrimonio exclusivo de las soledades lejanas del mundo. La santidad consiste en el cumplimiento amoroso y fiel de los propios deberes, en la gozosa y humilde aceptación de la voluntad de Dios, en la unión con Él en el trabajo de cada día, en saber fundir la religión y la vida en armoniosa y fecunda unidad, y en tantas otras cosas pequeñas y ordinarias que tú conoces.

Haec via quae videtur. Este camino que parece… El camino es sencillo y claro. ¡Convéncete, decídete, desea! Concreta tu esfuerzo y tu lucha, y persevera con amor y con fe. La Santísima Virgen. Reina de todos los Santos, si le pides luz y protección, te servirá de apoyo y de consuelo en la lucha.

 

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 NUESTRA VOCACIÓN CRISTIANA

«¡Qué claro estaba, para los que sabían leer en el Evangelio, esa llamada general a la santidad en la vida ordinaria, en la profesión, sin abandonar el propio ambiente! Sin embargo, durante siglos no la entendieron la mayoría de los cristianos: no se pudo dar el fenómeno ascético de que muchos buscaran así la santidad, sin salirse de su sitio, santificando la profesión y santificándose con la profesión. Y muy pronto, a fuerza de no vivirla, fue olvidada la doctrina; y la reflexión, teológica fue absorbida por el estudio de otros fenómenos ascéticos, que reflejan otros aspectos del Evangelio.»

J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, 9-I-1932.

Hablaba un día con un joven, precisamente como lo estoy haciendo ahora contigo, amigo mío. Trataba de convencerlo de la necesidad de que viviera cristianamente su vida, frecuentase los sacramentos, fuese alma de oración, y diese a todas sus acciones y a toda su vida una orientación sobrenatural.

Jesús, le decía, tiene necesidad de almas que, con gran naturalidad y con gran entrega de sí mismas, vivan en el mundo una vida íntegramente cristiana.

Pero en sus ojos se transparentaba la resistencia de su alma, y sus palabras aducían justificaciones contra cuanto su voluntad se negaba a aceptar. Pocos minutos después resumió con sinceridad lo que, hasta entonces, quizá no se hubiera dicho ni aun a sí mismo:

«No puedo vivir como usted dice, porque soy muy ambicioso».

Y recuerdo lo que le respondí:

Mira: tienes enfrente a un hombre mucho más ambicioso que tú, a un hombre que quiere ser santo. Pues mi ambición es tanta, que no se contenta con ninguna cosa terrena: ambiciono a Jesucristo, que es Dios, y el Paraíso, que es su gloria y su felicidad, y la vida eterna.

Déjame que prosiga ahora contigo, amigo mío, aquella conversación. ¿No te parece que todos nosotros los cristianos deberíamos ser santamente ambiciosos sobre este punto? La vocación cristiana es vocación de santidad. Todos los cristianos, por el mero hecho de serlo, cualquiera que sea el puesto que ocupen, hagan lo que hagan, vivan donde vivan, tienen la obligación de ser santos. Todos estamos igualmente obligados a amar a Dios sobre todas las cosas: «Diliges Dominum tuum ex tota mente tua, ex toto corde tuo, ex tota anima tua et ex totis viribus tuis«, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

Pero esta idea tan sencilla y clara, primer mandamiento y compendio de toda ley de Dios, ha perdido fuerza y, en nuestros días, ya no informa prácticamente la vida de muchos discípulos de Cristo.

¡Cómo se ha empobrecido, Señor, el ideal cristiano en la mente de los tuyos! Han pensado y piensan, Jesús, que el ideal de la santidad es demasiado elevado para ellos, y que tal aspiración no puede hallar sitio en todos los corazones cristianos. Quede esta aspiración -he oído decir en todos los tonos- para los sacerdotes y para las almas a las que una especial vocación ha llevado a la vida del claustro. Nosotros, hombres del mundo, contentémonos con una vida cristiana sin excesivas pretensiones y renunciemos humildemente a los vuelos del alma, aun a riesgo, quizá, de sentir, en ciertos momentos, una estéril y pesimista nostalgia. La santidad -han concluido muchos y muchas, vencidos por los prejuicios y por las falsas ideas- no es para nosotros: sería presunción, jactancia, falta de equilibrio, desorden, fanatismo. Y se han declarado así vencidos antes de empezar la batalla.

Querría poder gritar al oído de muchos cristianos: «Agnosce, christiane, dignitatem tuam«, ten conciencia, ¡oh cristiano!, de tu dignidad. Escúchame, amigo mío: libérate de prejuicios y deja que tu inteligencia se abra serenamente. La vocación cristiana es vocación de santidad. Los cristianos -todos, sin distinción- son, según la frase de San Pedro: «Gens sancta, genus electum, regale sacerdote, polos acquisitionis«, gente santa, estirpe elegida, sacerdocio real, pueblo de conquista. Los primeros cristianos, conscientes de su dignidad, se daban entre sí el nombre de santos.

¿Cuándo perderás, amigo mío, ese miedo por la santidad? ¿Cuándo te convencerás de que el Señor te quiere santo? Sea cualquiera tu condición, tu profesión o empleo, tu salud, tu edad, tus fuerzas o tu posición social, si eres cristiano, el Señor te quiere santo.

«Estote perfecti sicut et Pater vester coelestis perfectus est«: sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial. Estas palabras Jesús las dirigió a todos, y a todos propuso la misma meta. Los caminos son diversos, porque diversas y numerosas son las mansiones en la casa del Padre (in domo Patris mei mansiones multae sunt), pero el fin, la meta, es idéntico y común a todos los cristianos: la santidad.

Y así hoy, al cabo de dos mil años de Cristianismo, nosotros los cristianos deberemos formar en esta aspiración a la santidad y en esta convicción profunda un solo corazón y un alma sola, como en los albores de la cristiandad: «Multitudo credentium erat cor unum et anima una«, la multitud de los creyentes era un corazón y un alma solos. Esa misma convicción, sólida y luminosa, se ve sostenida por las palabras que San Pablo dirigía a todos los fieles: «Haec est voluntas Dei: santificatio vostra«, ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación.

¡Por cuántos títulos se requiere y se exige de ti esta santidad! Por el Bautismo, que nos hizo hijos de Dios y herederos de su gloria; por la Confirmación, que nos hizo soldados de Cristo; por la Santísima Eucaristía, en la que el mismo Señor se nos entrega; por el sacramento de la Penitencia y por el del Matrimonio, si lo recibiste. Son llamadas, amigo mío, llamadas a la santidad. Escúchalas.

Y una vez que cayeron los prejuicios y se nos iluminó la mente con una nueva luz, resulta fácil ahora formular nuestro propósito: hacer del problema de la santidad un problema muy personal, muy concreto y muy «nuestro». Dios nuestro Señor -de ello estamos íntima y profundamente convencidos- nos quiere santos porque somos cristianos.

Levantemos a Dios la mirada, el corazón, la voluntad. «Quae sursum sunt sapite, quae sursum sunt quaerite«, saboread las cosas de lo alto, buscad las cosas de lo alto: la dignidad cristiana nos abre ante los ojos ilimitados y serenos horizontes. Respiremos profundamente el aire que viene de estas abiertas lejanías, y que es un aire que renueva nuestra juventud, como se renueva, lo dice la Escritura, la juventud del águila: «Renovatur, ut aquilae, iuventus tua».

Por fin comprendemos ahora la vacuidad de nuestras mezquinas ideas, y las detestamos. Y deploramos nuestro tiempo perdido y nuestros vanos temores. Ya no tenemos miedo alguno de la santidad y reconocemos, al fin, que nuestros corazones -como escribe el Salmista-, se empavorecieron demasiadas veces cuando no había motivo alguno de temor, «ibi trepidaverunt timore ubi non erat timor«.

Confiemos en la protección de la Virgen María, que es «Regina sanctorum omnium«, Reina de todos los santos, y «Sedes Sapientiae», Sede de la Sabiduría, para que la idea de la santidad sea en nuestra vida cada día más clara, más fuerte y más concreta.

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ASCÉTICA MEDITADA 1

JESÚS, COMO AMIGO

«Haced de modo que, en su primera juventud o en plena adolescencia, se sientan removidos por un ideal: que busquen a Cristo, que encuentren a Cristo, que traten a Cristo, que sigan a Cristo, que amen a Cristo, que permanezcan con Cristo.»

 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, 24-X-1942.

En este puñado de tierra que son nuestras pobres personas ¿qué somos tú y yo?, hay, amigo mío, un alma inmortal que tiende hacia Dios, a veces sin saberlo: que siente, aunque no se dé cuenta, una profunda nostalgia de Dios; y que desea con todas sus fuerzas a su Dios, incluso cuando lo niega.

Esta tendencia hacia Dios, este deseo vehemente, esta profunda nostalgia, quiso el mismo Dios que pudiéramos concretarla en la persona de Cristo, que fue sobre esta tierra un hombre de carne y hueso, como tú y yo. Dios quiso que este amor nuestro fuese amor por un Dios hecho hombre, que nos conoce y nos comprende, porque es de los nuestros; que fuera amor a Jesucristo, que vive eternamente con su rostro amable, su corazón amante, llagados sus manos y sus pies y abierto su costado: Iesus Christus heri et hodie, ipse et in saecula, que es el mismo Jesucristo ayer y hoy y por los siglos de los siglos.

Pues ese mismo Jesús, que es perfecto Dios y hombre perfecto, que es el camino, la verdad y la vida, que es la luz del mundo y el pan de la vida, puede ser nuestro amigo si tú y yo queremos. Escucha a San Agustín, que te lo recuerda con clara inteligencia con la profunda experiencia de su gran corazón: Amicus Dei essem si voluero, sería amigo de Dios si lo quisiera.

Pero para llegar a esta amistad hace falta que tú y yo nos acerquemos a Él, lo conozcamos y lo amemos. La amistad de Jesús es una amistad que lleva muy lejos: con ella encontraremos la felicidad y la tranquilidad, sabremos siempre, con criterio seguro, cómo comportarnos; nos encaminaremos hacia la casa del Padre y seremos, cada uno de nosotros, alter Christus, pues para esto se hizo hombre Jesucristo: Deus fit homo ut homo fieret Deus, Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios.

Pero hay muchos hombres, amigo mío, que se olvidan de Cristo, o que no lo conocen ni quieren conocerlo, que no oran y no piden in nomine Iesu, en nombre de Jesús, que no pronuncian el único nombre que puede salvarnos, y que miran a Jesucristo como a un personaje histórico o como una gloria pasada, y olvidan que Él vino y vive ut vitam habeant et abundantius habeant, para que todos los hombres tengan la vida y la tengan en abundancia.

Y fíjate que todos estos hombres son los que han querido reducir la religión de Cristo a un conjunto de leyes, a una serie de carteles prohibitivos y de pesadas responsabilidades. Son almas afectadas de una singular miopía, por la cual ven en la religión tan sólo lo que cuesta esfuerzo, lo que pesa, lo que deprime; inteligencias minúsculas y unilaterales, que quieren considerar el Cristianismo como si fuera una máquina calculadora; corazones desilusionados y mezquinos que nada quieren saber de las grandes riquezas del corazón de Cristo; falsos cristianos, que pretenden arrancar de la vida cristiana la sonrisa de Cristo. A éstos, a todos estos hombres, querría yo decirles: Venite et videte, venid y veréis. Gustate et videte quoniam suavis est Dominus, probad y veréis qué suave es el Señor.

La noticia que los ángeles dieron a los pastores en la noche de Navidad fue un mensaje de alegría: Ecce enim evangelizo vobis gaudium magnum, quod erit omni populo; quia natus est vobis hodie Salvator, qui est Christus Dominus, in civitate David. Vengo a anunciamos una gran alegría, una alegría que ha de ser grande para todo el mundo: que ha nacido hoy para vosotros el Salvador, que es Cristo nuestro Señor, en la ciudad de David.

El esperado de las gentes, el Redentor, el que habían ya anunciado los profetas, el Cristo, el Ungido de Dios, nació en la ciudad de David. Él es nuestra paz «ipse est pax nostra» y nuestra alegría; y por ello invocamos a la Virgen María, Madre de Cristo, con el título de Causa nostrae laetitiae, causa de nuestra alegría.

Jesucristo es Dios, perfecto Dios. Expresémosle, pues, tú y yo, nuestra adoración con las palabras que el Padre puso en labios de Pedro «Tu es Christus, Filius Dei vivi«, Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y expresémosle también nuestra adoración, repitiendo la confesión de Marta, o la del ciego de nacimiento o la del centurión.

Pero Jesucristo es también hombre, y hombre perfecto. Saborea este título que era tan querido de Jesucristo: Filius Hominis, hijo del Hombre, como Él se llamaba. Escucha a Pilato «Ecce Homo«: ¡Ahí tenéis al Hombre!, y vuelve tu mirada a Cristo. ¡Qué cerca lo sentimos ahora, amigo mío; Cristo es el nuevo Adán, pero nosotros lo sentimos todavía más cerca. Porque el don de la inmunidad al dolor hacía que Adán no pudiera sufrir, pero Tú, Señor, padeciste y moriste por nosotros. En verdad que Tú eres ¡oh Jesús!, perfecto hombre: el hombre perfecto. Cuando nos esforzamos en imaginar el tipo perfecto de hombre, el hombre ideal, incluso sin quererlo pensamos en Ti. Y al mismo tiempo, ¡oh buen Jesús!, Tú eres Emmanuel, «Dios con nosotros».

Y todo esto, amigo mío, para siempre: «Quod semel assum sit numquam dimisit«. Lo que asumió una vez, jamás lo dejó. Ten hambre y sed de conocer la santísima Humanidad de Cristo y de vivir muy cerca de Él. Jesucristo es hombre, es un verdadero hombre como nosotros, con alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, como tú y como yo. Recuérdalo a menudo y te será más fácil acercarte a Él, en la oración o en la Eucaristía, y tu vida de piedad hallará en Él su verdadero centro, y tu cristianismo será más auténtico.

Intimidad con Jesucristo. Para que puedas llegar a conocer, amar, imitar y servir a Jesucristo, hace falta que te acerques a Él con confianza. «Nihil volitum nisi praecognitum,» no se puede amar lo que no se conoce. Y las personas se conocen merced al trato cordial, sincero, íntimo y frecuente.

¿Pero dónde buscar al Señor? ¿Cómo acercarse a Él y conocerlo? En el Evangelio, meditándolo, contemplándolo, amándolo, siguiéndolo. Con la lectura espiritual, estudiando y profundizando la ciencia de Dios. Con la Santísima Eucaristía, adorándolo, deseándolo, recibiéndolo.

El Evangelio, amigo mío, debe ser tu libro de meditación, el alma de tu contemplación, la luz de tu alma, el amigo de tu soledad, tu compañero de viaje. Que se habitúen tus ojos a contemplar a Jesús como hombre perfecto, que llora por la muerte de Lázaro «lacrimatus est Iesus«, lloró Jesús, y sobre la ciudad de Jerusalén; a verlo padecer el hambre y la sed; habitúate a contemplarlo sentado en el pozo de Jacob, «fatigatus ex itinere«, cansado del camino, y esperando a la samaritano; a considerar la tristeza de su alma en el huerto de los olivos, «Tristis est anima mea usque ad mortem«, triste está mi alma hasta la muerte, y su abandono en el árbol de la Cruz; y sus noches transcurridas en oración, y la enérgica fiereza con que arrojó del templo a los mercaderes, y su autoridad al enseñar «tanquam potestatem habente«, como quien tiene potestad. Llénate de confianza cuando lo veas «movido su corazón a misericordia por las muchedumbres» multiplicar los panes y los peces y regalar a la viuda de Naim su hijo resucitado a nueva vida y restituir a Lázaro, resucitado, al cariño de sus hermanas…

Acércate a Jesucristo, hermano mío; acércate a Jesucristo en el silencio y en la laboriosidad de su vida oculta, en las penas y en las fatigas de su vida pública, en su Pasión y Muerte, en su gloriosa Resurrección.

Todos hallamos en Él, que es la causa ejemplar, el modelo, el tipo de santidad que a cada uno conviene. Si cultivamos su amistad, lo conoceremos. Y en la intimidad de nuestra confianza con Él escucharemos sus palabras. «Exemplum dedi vobis, ita et vos faciatis«: te he dado el ejemplo, obra como Yo lo he hecho.

Pero antes de terminar, levanta confiadamente tu mirada a la Santísima Virgen. Pues Ella supo, como ningún otro, llevar en su corazón la vida de Cristo y meditarla dentro de sí: «Maria conservabat omnia verba haec conferens in corde suo«. Recurre a Ella, que es Madre de Cristo y Madre tuya. Porque a Jesús se va, siempre a través de María.

Señor mío y Dios mío

Señor mío y Dios mío

Texto de la catequesis del Santo Padre sobre la eucaristía

Texto de la catequesis del Santo Padre sobre la eucaristía
La celebración eucarística es más que un simple banquete, es el memorial de la pascua de Jesús, el misterio central de la salvación.

CIUDAD DEL VATICANO, 05 de febrero de 2014

Queridos hermanas y hermanos, bue3la-ultima-cenan día, pero no una buena jornada porque el clima está un poco feo. Hoy les hablaré sobre la eucaristía. La Eucaristía se coloca en el corazón de la iniciación cristiana, junto al bautismo y a la confirmación y constituye el manantial de la vida misma de la Iglesia. De este sacramento del amor, de hecho, nace todo el auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio. Lo que vemos cuando nos juntamos para celebrar la eucaristía, la misa, ya nos hace intuir lo que estamos por vivir.

En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa cubierta por un mantel y esto nos hace pensar a un banquete. Y en la mesa hay una cruz, para indicar que en el altar se ofrece el sacrificio de Cristo. Él es signo del alimento espiritual que allí se recibe, con los signos del pan y del vino.

Al lado de la mesa está el ambón, o sea, el lugar del que se proclama la palabra de Dios, y esto significa que allí se reúne para escuchar al Señor que habla a través de la sagradas escrituras, y por lo tanto el alimento que se recibe es también su palabra. Palabra y pan en la mesa se vuelven una cosa, como en la última cena cuando todas las palabras de Jesús, todos las señales que había hecho se condensaron en el gesto de partir el pan y de ofrecer un cáliz, anticipación del sacrificio de la cruz, y en esas palabras: ‘Tomad y bebed este es mi cuerpo, tomad y bebed esta es mi sangre’.

El gesto de Jesús realizado en la última cena es el agradecimiento extremo al Padre por su amor y misericordia. Agradecimiento en griego se dice eucaristía, y por eso el sacramento se llama eucaristía. Es el supremo agradecimiento al padre que nos amó tanto al punto de darnos a su Hijo por amor. Por esto el término eucaristía resume este gesto de Dios y del hombre juntos. Gesto de Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre. Por lo tanto la celebración eucarística es algo más que un simple banquete, es el memorial de la pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. Memorial no significa solamente un simple recuerdo, pero quiere decir que cada vez que celebramos este sacramento participamos al misterio de la pasión muerte y resurrección de Cristo. La eucaristía constituye el auge de la acción de salvación de Dios.

El señor Jesús haciéndose pan partido por nosotros, derrama de hecho sobre nosotros, todo su amor y misericordia, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Es por ello que comúnmente cuando uno se acerca a este sacramento se dice ‘recibir la comunión’, ‘hacer la comunión’, esto significa que en la potencia del Espíritu Santo la participación a la mesa eucarística se conforma en manera única y profunda a Cristo, haciéndose pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde con todos los instantes tendremos la gloria de contemplar a Dios, cara a cara.

Queridos amigos, nunca agradeceremos bastante al Señor por el don de la eucaristía, es un don tan grande, y por esto es tan importante ir a misa los domingos, no solamente para rezar pero también para recibir la comunión, este pan que es el cuerpo de Jesús, que nos salva, nos perdona nos une al Padre. Es bello hacer esto, y todos los domingos vamos a misa porque es el día de la resurrección del Señor. Por ello el domingo es tan importante para nosotros. Y con la eucaristía sentimos este pertenecer a la Iglesia, al pueblo de Dios, cuerpo de Dios, a Jesucristo. Nunca terminaremos de entender todo el valor y riqueza. Pidámosle entonces que este sacramento pueda seguir manteniendo vivo en la Iglesia su presencia y a plasmar a nuestras comunidades en la caridad y en la comunión según el corazón del Padre. Y esto se hace durante toda la vida, pero se inicia a hacerlo el día de la primera comunión. Es importante que los niños se preparen bien a la primera comunión de manera que ningún niño deje de hacerla, porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo, fuerte fuerte, después del bautismo y la confirmación.

De las Conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero

(Conferencia 6 sobre el Credo)
EN LA CRUZ HALLAMOS EL EJEMPLO DE TODAS LAS VIRTUDES
¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.
La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.
Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.
Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno —es decir, de Adán— todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.
No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.

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Lectura del oficio de hoy lunes 30 de julio. Preciosa!

De los sermones de san Cesáreo de Arlés, obispo
(Sermón 25,1: CCL 103,111-112)
LA MISERICORDIA DIVINA Y LA MISERICORDIA HUMANA
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dulce es el nombre de misericordia; hermanos muy amados; y, si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los hombres la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.
Oh hombre, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe él practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.
Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva. Dios en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra.
¿Cómo somos nosotros, que, cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: Tuve hambre, y no me disteis de comer. No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, él es quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.
Os pregunto, hermanos, ¿qué es lo que queréis o buscáis cuando venís a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practicad, pues, la misericordia terrena, y recibiréis la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna. Da al indigente, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Dad, y se os dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Por esto, cuando vengáis a la iglesia, dad a los pobres la limosna que podáis, según vuestras posibilidades.

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Distráiganlos durante todo el día…

Tenemos muy poco tiempo para Dios, la familia, o para hablar a otros del amor de Jesús.
Autor: Oscar Schmidt | Fuente: http://www.reinadelcielo.org

Creer en el bien implica también creer en el mal. Creer en el Cielo involucra ineludiblemente creer en el infierno también. Esto es una verdad Bíblicamente revelada. ¿Pero cómo actúa el mal sobre nosotros?.

En este cuento que reproducimos, tenemos graficadas muchas de las trampas que el mundo nos hace a diario para alejarnos de Dios. Leerlo es encontrar consuelo y explicaciones a muchas de nuestras angustias y culpas. Pero debe servír para estar más fuerte al enfrentar los engaños a los que nos vemos sometidos en forma permanente.

El cuento dice así:

Satanás llamó a una convención mundial de demonios. En su alocución de apertura dijo:

«No podemos evitar que los cristianos concurran a la Iglesia. No podemos evitar que lean sus Biblias y conozcan la verdad. Tampoco podemos evitar que se entreguen a una intima relación con su Salvador. Cuando llegan a esa situación con Jesús, nuestro poder sobre ellos se rompe. Así que, dejémosles concurrir a sus Iglesias, dejémosles tener sus reuniones sociales y cenas, pero robémosles el tiempo, así no tendrán oportunidad de desarrollar una relación con Jesucristo».

Esto es lo que quiero que hagan: «Distráiganlos durante todo el día».

¿Cómo haremos esto?, gritaron los demonios.

«Manténganlos ocupados en trivialidades de la vida e inventen innumerables cuestiones para ocupar sus mentes».

«Tiéntenlos a gastar, gastar, gastar, y pedir, pedir, pedir prestado. Persuadan a sus esposas a salir a trabajar por largas horas y a los maridos a trabajar 6 o 7 días cada semana, 10 a 12 horas diarias; así ellos podrán mantener ese estilo vacío de vida».

«Eviten que pasen tiempo con sus hijos. Como su familia se fragmentará, pronto sus hogares no encontrarán salida a las presiones del trabajo».

«Sobre estimulen sus mentes, así ellos no podrán oír aquella voz calma y suave».

«Tiéntenlos a escuchar mucho la radio, CD o casettes cuando conducen sus automóviles. Mantengan continuamente sus TV, sus grabadoras, sus CD y sus computadoras encendidas en sus hogares».

«Asegúrense que cada negocio y restaurante en el mundo pase constantemente música popular; ello contribuirá a llenar sus mentes y romper su unión con Cristo».

«Llenen las mesas con revistas y diarios de actualidad. Repiqueteen en sus mentes con noticias mundiales así 24 horas al día. Invadan las rutas con carteles publicitarios. Inunden sus buzones con envíos postales inútiles, catálogos, publicidades y toda clase de propaganda y promoción ofreciendo productos gratis, servicios y falsas esperanzas. Presenten hermosas y delgadas modelos en revistas, películas y TV, así los esposos creerán que la belleza exterior es lo importante, y quedarán insatisfechos con sus esposas.»

«Mantengan a las esposas muy cansadas para amar a sus maridos a la noche. Denles dolores de cabeza, también. Si no les dan a los esposos el amor que ellos necesitan, ellos comenzarán a buscarlo afuera. Esto fragmentará la familia rápidamente».

«Denles un Santa Claus para distraer a sus hijos de la enseñanza del verdadero significado de Navidad. Denles un conejito de Pascuas para no hablar de su resurrección y su poder sobre el pecado y la muerte. Aún en sus recreaciones, que lo realicen en exceso. Hagan que al regreso de sus recreaciones estén exhaustos. Logren que estén tan ocupados que no puedan ir a observar la naturaleza y el reflejo de Dios en la Creación. Envíenlos a los parques de diversiones, eventos deportivos, juegos, conciertos, y cines, en su reemplazo. Manténganlos ocupados, ocupados, ocupados».

«Y cuando se reúnan para una reunión espiritual, procuren que estén atentos a chismes y habladurías para que concluyan con conciencias preocupadas».

«Llenen sus vidas con muchas cosas triviales de tal modo que no les quede tiempo para la Palabra o buscar el poder de Jesús. Pronto ellos estarán trabajando en su propia fuerza, sacrificando su salud y su familia.»

¿Esto funcionará?. Era realmente un gran plan!.

Los demonios se fueron ansiosos a sus puestos asignados procurando que los cristianos en todos lados estuvieran más ocupados y apurados, yendo de aquí para allá, teniendo muy poco tiempo para su Dios o sus familias o para hablarles a otros del poder de Jesús.

¿Tuvo el diablo éxito en su planteo?. ¡Tú eres el juez!.

Tu visión se volverá más clara sólo cuando puedas ver dentro de tu corazón.

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Lectura tan hermosa del oficio de hoy!

Conviértete a Dios de todo corazón, despréndete de este mundo miserable, y tu alma encontrará la paz; pues el reino de Dios es paz y alegría en el Espíritu Santo. Cristo vendrá a ti y te dará a probar su consuelo, si le preparas una digna morada en tu interior.
Toda su gloria y hermosura está en lo interior, y allí se complace. Tiene él un frecuente trato con el hombre interior, platica dulcemente con él, lo consuela suavemente, le infunde una paz profunda y tiene con él una familiaridad admirable en extremo.
Ea pues, alma fiel, prepara tu corazón a este Esposo para que se digne venir a ti y habitar en ti. Pues él dice, El que me ama guardará mi palabra, y vendremos a él y haremos morada en él.
De modo que hazle en ti lugar a Cristo. Si posees a Cristo, serás rico, y con él te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tengas necesidad de esperar en los hombres.
Pon en Dios toda tu confianza, y sea él el objeto de tu veneración y de tu amor. Él responderá por ti y todo lo hará bien, como mejor convenga.
No tienes aquí ciudad permanente. Dondequiera que estuvieres serás extranjero y peregrino; jamás tendrás reposo si no te unes íntimamente a Cristo.
Pon tu pensamiento en el Altísimo y eleva a Cristo tu oración constantemente. Si no sabes meditar cosas sublimes y celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus preciosas llagas. Sufre por Cristo y con Cristo, si quieres reinar con Cristo.
Si una sola vez entrases perfectamente al interior de Jesús y gustases un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o desventajas; más bien te gozarías de las humillaciones que te hiciesen, porque el amor de Jesús hace que el hombre se menosprecie a sí mismo. (Kempis, libro 2)

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